¿SERÁ POSIBLE UN AÑO MEJOR, MÁS FELIZ Y DE MÁS PAZ SOCIAL?¿SERÁ POSIBLE UN AÑO MEJOR, MÁS FELIZ Y DE MÁS PAZ SOCIAL?
No soy adivino ni pretendo jugar a serlo. Tampoco creo que el momento que estamos viviendo nos permita muchas alegrías como para entrar en este tipo de juegos. Sin embargo, comparto con la humanidad la secreta esperanza de que el año que comenzamos sea mejor que el que acabamos de dejar atrás y nos permita una vida más feliz y vivida en una mayor paz social. Esta esperanza es la que me lleva a formularme la pregunta: ¿Será posible que el año que comienza sea mejor y nos permita ser más felices? ¿Qué es lo que queremos decir y expresar cuando estos días nos decimos y repetimos mil veces ¡feliz año año nuevo!
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Yo quiero que mi deseo de un feliz año no resulte vacío ni un formulismo sin sentido y por eso me atrevo a compartir algunas de las convicciones que dan a mi saludo y mi deseo contenido.
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Desde la experiencia de los años vividos, mi percepción cada día más firme es que no hay años malos. Hay años fuertes y densos y otros más suaves, ligeros y hasta aparentemente intrascendentes. Los hay que nos han hecho sufrir más y otros que recordaremos por experiencias gozosas y felices. Pero años malos no los hay, pues al final la forma de evaluar lo mejor y lo que nos hace más felices no se mide desde el indicador de nuestra cuenta corriente ni desde el logro por satisfacer nuestros egos y nuestros apegos, sino por cuánto fuimos capaces de amar, de reír, de crecer, de aprender, de compartir.
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Ser feliz es una decisión, no lo olvidemos. Decisión de amar la propia responsabilidad como una instancia de crecimiento personal y comunitario. Decisión de valorar la libertad como una forma de vencerme a mí mismo para hacer no lo que yo quiero, sino lo que me hace crecer como persona y ayuda a crecer a los demás. Decisión de amarnos y tratarnos bien, de sonreír no una, sino muchas veces al día, de ofrecer pequeñas muestras de cariño y sencillas gratificaciones.
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Crear calidez dentro de nuestras casas, en nuestros ambientes de trabajo, en la relación con los amigos no depende de grandes recursos, sino de la capacidad de amar, de crecer en inteligencia y en desarrollo espiritual. Depende en muchas ocasiones de la capacidad de dosificar la tecnología y la ambición consumista y dar paso a la conversación, al encuentro gratuito, al calor de la intimidad, del amor y la amistad.
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Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan y que con las penas pasa al revés: cuando se comparten se achican. “Tal vez lo que sucede –dice mi amigo Menapace– es que al compartir lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado está mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro”. Por eso, porque creo en la capacidad de dilatar el corazón, me atrevo a soñar en un año mejor y en la posibilidad de ser en él más felices.
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Pero si queremos un año mejor, más feliz y de más paz social necesitamos algo más. Necesitamos construir el bien común mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía. Para ello no basta disponer de muchos medios y de una amplia gama de buenas opciones y decisiones. Hacen falta compromisos. Compromisos sociales, económicos y políticos que reconozcan el primado del desarrollo integral del ser humano y sean capaces de contribuir al logro del bien común.
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Para salir de la actual crisis financiera y económica –que tiene como efecto un aumento de las desigualdades– se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y de crear un nuevo modelo económico. “El que ha prevalecido en los últimos decenios –dice Benedicto XVI en el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz– postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don”.
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Si además lográramos una estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales, y que éstos fueran estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres, podríamos dar pasos decisivos para una año mejor y de más paz social.
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Desde estas convicciones, tenemos posibilidades y campos de acción para contribuir en algo a que el año nuevo sea mejor, nos permita promover otro modelo de desarrollo y ser más felices.
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Vicente Altaba
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Delegado Episcopal de Cáritas Española
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