Monseñor Barrio: «La sociedad nos está exigiendo nuevos y renovados impulsos para llevar a cabo la ineludible tarea de la evangelización»
Entrevista del prelado a la Agencia SIC \r\n
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El ministerio episcopal de Mons. Julián Barrio Barrio ha estado siempre ligado a Santiago de Compostela, archidiócesis de la que fue ordenado Obispo Auxiliar en febrero de 1993 y de la que tomó posesión como Arzobispo en 1996. 20 años de labor pastoral en una de las diócesis más antiguas y notables de España, heredera de la riqueza espiritual apostólica y en la que culmina el Camino de Santiago; uno de los itinerarios espirituales más importantes del mundo.\r\n\r\nUn tema del que nos habla Mons. Barrio en esta entrevista concedida a Agencia SIC en la que también recuerda el suceso más doloroso de la historia reciente de Galicia: el accidente ferroviario que costó la vida a cerca de 80 personas el pasado 24 de julio.
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El Sínodo diocesanoque se está llevando a cabo en la diócesis de Santiago de Compostela y la renovación pastoral, así como proyectos interdiocesanos como el Curso de Formación en Matrimonio y Familia (CFMF), impulsado por las cinco diócesis gallegas, ocupan también aspectos centrales de la entrevista
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Mª José Atienza – Agencia SIC
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P- La diócesis de Santiago está unida, de modo ineludible al Camino. El camino de Santiago es un medio privilegiado de encuentro con Dios y convivencia fraterna, ¿Cuál es la importancia del camino de Santiago para la vida espiritual de la diócesis gallega? ¿Cómo impulsar la identidad netamente cristiana del camino de Santiago? \r\n\r\nR.- Considero que la tumba del Apóstol Santiago constituye hoy, como en el pasado, un centro de renovación de la vida de la Iglesia. No podemos olvidar que el fenómeno de la peregrinación jacobea ha sido históricamente un verdadero acontecimiento de gracia. Y digo de gracia porque este hermoso don de contar con un sepulcro apostólico no es ningún mérito nuestro, sino un auténtico regalo del Señor. Santiago el Mayor fue nuestro primer evangelizador. Su Sepulcro sigue siendo una referencia de la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe. El poeta Dante, con lenguaje precioso y preciso, indicaba ya en el siglo XIII que la peregrinación a Compostela “es la más maravillosa peregrinación que un cristiano haya podido hacer antes de su muerte”.\r\n\r\nQue España y Europa se han construido sobre los ejes de los caminos a este “finisterrae” es una evidencia social, cultural y religiosa. Pero es una realidad sobre todo espiritual, porque caminar al sepulcro de nuestro señor Santiago es una aventura de fe y de esperanza. El peregrino se pone en camino buscando respuestas a las grandes preguntas que lleva dentro; hace el camino en fraterna convivencia con los que andan a su lado; y desea, como peregrino del Absoluto, encontrarse con Cristo resucitado por la mediación e intercesión del Apóstol Santiago.\r\n\r\nCompostela es una construcción de la fe y Dios derrama su misericordia en esa “perdonanza” que el peregrino anhela, recordando como decía san Agustín: “No te hubiera yo encontrado si Tú no me hubieras buscado primero”. Este tesoro de espiritualidad y de vida es algo que merece la pena preservarse y transmitir a las generaciones futuras. Creo que todos somos cada vez más conscientes de que, frente a ciertos riesgos de convertir el Camino de Santiago en un itinerario vacío espiritualmente, “sin alma”, hace falta fortalecer el acompañamiento pastoral a los peregrinos: ofrecerles a Cristo, presentarles testimonialmente en las diversas etapas un ejemplo de acogida cristiana.\r\n\r\nLa peregrinación jacobea posibilita al peregrino encontrarse consigo mismo, con los demás y con Dios. Me parece que es una tarea inexcusable y muchos de nuestros jóvenes de la Archidiócesis han hecho este verano esta experiencia de acogida a los caminantes. Tenemos que apostar por esta vía de “ecología espiritual” de la ruta jacobea. Las Cartas Pastorales, “Peregrinar en Espíritu y en Verdad”, “Peregrinos por Gracia” y “Peregrinos de la Fe y Testigos de Cristo resucitado”, que he escrito en los Años Santos Compostelanos, tienen este objetivo.\r\n\r\nP.- Santiago vivió este verano uno de los momentos más duros en la historia reciente de España con el accidente ferroviario del Alvia. En la homilía del funeral usted apuntó que “la fe nos dice que nuestro dolor y sufrimiento unido al de Cristo en la cruz es portador de salvación. Por eso toda tristeza por la muerte del ser querido es sagrada” ¿Cómo vivió esos momentos? Ante un hecho tan incomprensible, humanamente hablando, ¿cuál es la respuesta cristiana ante el sufrimiento? ¿Cómo ha de ser nuestro acompañamiento? \r\n\r\nR.-Yo, creo que como tantas otras personas, quedé profundamente conmovido, impresionado, impactado. Ciertamente hay momentos en la vida que no se olvidan y que marcan para siempre. El accidente del tren Alvia fue, sin ninguna duda, uno de ellos. Es verdad, el dolor y la tristeza son sagrados cuando los unimos al dolor y al sufrimiento de Cristo crucificado. Pero también es cierto que en momentos así las palabras pueden quedarse cortas ante la inmensidad del dolor por la pérdida de seres queridos o por el sufrimiento de los heridos. Desde que conocí la noticia recé para que el Señor, que siempre nos da su salvación en medio de la aparente desesperación, acogiese a los fallecidos y consolase a sus familias.\r\n\r\nFue muy duro encontrarse con las familias. Para mí fue una experiencia intensa. Pero también fue muy consolador saber que muchos familiares buscaban el acompañamiento de tantos sacerdotes que se pusieron, desde el primer momento, a su disposición en los hospitales y en el centro de acogida. Fueron signos de luz en medio del misterio del dolor y de la muerte. Estaban para acompañar en lo humano y en lo espiritual a todos cuantos sentían la necesidad de una palabra o un gesto de consuelo.\r\n\r\nAnte este misterio del dolor y la muerte, la respuesta cristiana pasa siempre, aunque en medio de la oscuridad humana, bien comprensible, por recordar que “en la vida y en la muerte somos del Señor”. Sabemos, y es lo que podemos decir a quienes en su honda tristeza buscan respuesta a su desamparo, que estamos seguros de que en la meta de nuestra peregrinación terrena nos espera Cristo Resucitado, vida definitiva para los que han muerto y consuelo para los que todavía peregrinamos en este mundo. Vivimos en la certeza de que Cristo es la resurrección y la vida, y todo el que cree y vive en él no morirá para siempre. Dios no nos abandona nunca, no está ausente: está con el que sufre y siente el agobio de la soledad y del abandono. Estuvo con su Hijo Jesucristo y está con nosotros. “Precisamente en la contemplación de la muerte de Jesús, nos dice el papa Francisco en la Lumen fidei, la fe se refuerza y recibe una luz resplandeciente, cuando se revela como fe en un amor indefectible por nosotros, que es capaz de llegar hasta la muerte por salvarnos. En este amor es posible creer”. Ese fue el consuelo que yo quise llevar a las familias de parte de Dios nuestro Padre, aunque fuera en el pálido reflejo del testimonio de mi presencia a su lado en los hospitales y en el funeral en la Catedral de Santiago.
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P.- La diócesis se encuentra, desde 2012, inmersa en el Sínodo Diocesano “Renovarnos desde Cristo, caminando en comunión” a partir del cual, se está llevando a cabo una profunda reflexión sobre la realidad de la diócesis y su renovación ¿Cómo se está desarrollando este Sínodo? ¿Cuáles fueron los motivos que impulsaron este programa?
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\r\nR.- Hace más de cien años que nuestra Iglesia de Santiago no se proponía un objetivo de esta naturaleza. Cuando convoqué el Sínodo Diocesano era consciente del reto al que nos íbamos a enfrentar, pero también era sabedor de la necesidad de este paso, porque la sociedad en la que vivimos nos está exigiendo nuevos y renovados impulsos para llevar a cabo la ineludible tarea de la evangelización. Mi propósito con este Sínodo es afianzar y robustecer, plantar nueva semilla, pero también transformar. No podemos echar vino nuevo en odres viejos. Es momento de arriesgarse en una nueva imaginación de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad. Partimos de la tradición viva de la Iglesia, del mismo Cristo, y lo que siempre ha dado sentido a cuanto hemos hecho no ha cambiado: el Evangelio, la Palabra del Resucitado. No se trata de cambiar por cambiar, sino de modificar y renovar todo aquello que nos lleve a un testimonio vivencial en nuestra Iglesia diocesana.
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Hace un año, en la Carta Pastoral de convocatoria del Sínodo, escribí que llamaba a todos a “vivir una experiencia nueva de comunión, poniéndonos en camino para hacer realidad entre nosotros la urgencia de la Nueva Evangelización en el aquí y ahora de nuestra Diócesis. A tan apasionante tarea os convoco con profunda alegría y renovada esperanza”. Ahora estoy convencido de que nos encontramos ante una oportunidad de gracia. Sé que hay familias que rezan todas las noches la oración de nuestro Sínodo, que en muchas parroquias hay una gran sensibilización por poder participar, que las comisiones encargadas de redactar los primeros documentos trabajan a buen ritmo y que, en definitiva, este delicado y complejo proceso es ya una realidad.
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Y hay una dimensión absolutamente fundante en este caminar: es la personal, la tarea que cada uno de los diocesanos tenemos que hacer para dejarnos, de nuevo, enamorar por Jesús, por el Señor. La renovación de la Archidiócesis será difícil si no experimentamos personalmente la renovación y conversión de nuestro corazón. Tenemos que salir de nosotros mismos, hacer una experiencia de camino, de éxodo, para encontrarnos con el rostro de Dios en Cristo. Sólo de esa manera viviremos también la profunda eclesialidad de este Sínodo: convertirnos para ayudar a convertirse al hermano y, en comunión, renovar esta Iglesia diocesana.
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Tras el proceso de sensibilización realizado en los últimos meses, la Comisión General del Sínodo ha agrupado los temas a tratar en cinco grandes áreas: “Vivencia y transmisión de la fe”; “Celebración de la fe”; “La comunión cristiana”; “Iglesia y sociedad”; y “Revisión de las estructuras pastorales de la diócesis”. Creo que es una temática amplia y que refleja las preocupaciones pastorales de nuestra Diócesis. Vamos a seguir trabajando y a pedir que el Espíritu nos siga iluminando en este caminar que busca, sobre todo, poner a Cristo en el centro de nuestras vidas.
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\r\nP.- Hace pocas semanas las diócesis gallegas lanzaban, de manera conjunta, el Curso de Formación en Matrimonio y Familia, un curso que pretende contribuir a que las familias vivan plenamente su vocación representa la mayor acción evangelizadora que la Iglesia puede realizar en la actualidad en las sociedades europeas. ¿Por qué nació este CFMF? ¿Cuáles son los retos de la Iglesia ante la situación de las familias hoy?\r\n
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R.-Estamos ante una iniciativa que nace con vocación de prestar un servicio interdiocesano. Es un proyecto ilusionante y que pone de manifiesto que a la Iglesia que peregrina en Galicia le preocupa, y mucho, el futuro de la familia como célula imprescindible de una organización social estable y expresión de la vocación de los esposos al amor que engendra vida. Todo lo que se haga para difundir la verdad de Dios sobre el amor humano es importantísimo. Los obispos en Galicia saludamos con gozo esta iniciativa porque la profundización en la naturaleza del matrimonio y en la esencia de la familia son hoy día, diría yo, una obligación en medio de una cultura que minusvalora el compromiso esponsal y no hace justicia al papel educador de la unidad familiar.
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Es en el ámbito de la familia donde se están planteando muchos de los debates sobre la vida de fe de los matrimonios y de sus hijos en una sociedad secularizada, porque vivir la fe en medio de un clima hostil es, muchas veces, un gesto de cierto heroísmo. De ahí la necesidad de contar con una sólida formación, empezando por una antropología que vuelva a situar a la persona, como imagen y semejanza de Dios, en el centro de atención. Proclamar y defender la dignidad de la persona, criatura del amor de Dios, es una exigencia para la Iglesia. Este Curso de Formación en Matrimonio y Familia es un intento de valorar ese inmenso tesoro del matrimonio, ofreciendo a los esposos, a los colaboradores en la Pastoral Familiar, a los catequistas de preparación al matrimonio, a los sacerdotes, y a todos los que estén interesados, un programa formativo que sirva, en el fondo, para dar razones de nuestra fe en Dios y en el designio de Dios sobre el hombre y la mujer que se unen, en su nombre, para formar los dos una sola carne.
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\r\nP.- Usted es miembro de la Comisión ejecutiva de la conferencia episcopal y ha sido presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades de la Conferencia Episcopal Española y Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, ¿cómo define el trabajo de estas comisiones?
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\r\nR.-Estatutariamente las Comisiones Episcopales son órganos constituidos por la Conferencia al servicio de la Asamblea Plenaria para el estudio y el tratamiento de algunos problemas en un campo determinado de la acción pastoral común de la Iglesia en España, en este caso en relación con los Seminarios y Universidades, y con el Apostolado Seglar. Por lo que se refiere al Comité Ejecutivo sus atribuciones entre otras son deliberar y resolver en su caso sobre asuntos de importancia pastoral para la vida de la Iglesia que, por su carácter urgente, requieren gestiones o decisiones concretas. El trabajo que se realiza tanto en las Comisiones Episcopales como en el Comité Ejecutivo, calificarlo de interesante podría parecer una obviedad.
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A mí personalmente me ha resultado un trabajo muy enriquecedor pastoralmente, compartiendo y contrastando pareceres y valoraciones, y tomando decisiones sobre los diferentes temas. De alguna manera uno tiene la oportunidad de colaborar en los objetivos propios de estos órganos instituidos por la Conferencia Episcopal y junto con los demás miembros que forman parte de los mismos, ofrecer el servicio que la Conferencia Episcopal espera al encomendarnos.
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Mª José Atienza – Agencia SIC