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04 Mar

CÓMO SE DUERME AL RASO LOS DÍAS DE MÁS FRIO DEL INVIERNOCÓMO SE DUERME AL RASO LOS DÍAS DE MÁS FRIO DEL INVIERNO

Escrito por:

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María Cedrón( La Voz)

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Hay un lugar en Santiago con vistas a Monte Pío donde las noches de invierno el viento pega con fuerza en la cara. Hasta allí no se va por casualidad. Hay que ir de forma premeditada. Es miércoles de madrugada. Son ya más de las doce y media de una noche en la que la temperatura va descendiendo hasta los 2,8 grados. Ahí, refugiados de la intemperie por el saliente de una dársena, duermen al raso más de una veintena de personas. Cuando agotan los ocho días al mes a los que tienen derecho en el albergue de transeúntes, esa población fluctuante de personas que no tienen casa tratan de buscar un lugar. Puede ser «un cuarto por horas» con calefacción a los pies de un cajero automático u otro más gélido a la intemperie. Los primeros tienen la ventaja del calor, pero no están en un lugar escondido. Aunque el segundo es incómodo, está oculto. Además, no tienen que pasear con los enseres a cuestas todo el día. «No caixeiro de aí ao lado durme un home. Está lendo sempre, teñoo visto na biblioteca. Para aí ou naquel outro de máis arriba», dice la dueña de un local de hostelería de la zona vieja de Compostela. Y, efectivamente, el hombre está. Acaba de llegar con su equipaje al cajero. Una maleta, una bolsa con libros, otra con un envase de vino de cartón… «¿Queréis que os cuente? Pues vivo en la calle y de la mendicidad, entonces la historia vale esto», dice mientras frota uno contra otro los dedos índice y pulgar. No hay dinero. No hay historia. «Hace un año que dejé la heroína, probablemente cuando estaba enganchado por cinco euros contaría… Ahora no», zanja.

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No muy lejos, en otro cajero ubicado al lado de la plaza de Cervantes, duerme Martin. Tiene la cara tapada con el gorro que le cubre la cabeza. Ese antifaz de lana es su particular interruptor para apagar la luz perenne del cajero. Despierta. Cuenta que es polaco. Lleva un año recorriendo los caminos de Santiago para expiar una culpa de la que no habla. Busca saldar, según dice, «esa deuda particular con Dios». En la ruta aprendió español. En un año. Explica que envuelto en un saco, que coloca sobre una esterilla, está bien. No tiene frío. «Esta noche no había espacio para dormir en el albergue y vine aquí, pero se está bien», comenta. Y pide disculpas por no querer salir en la foto. Luego se cubre de nuevo los ojos con el gorro. Y vuelve a dormir. Tranquilo. No le molesta que la gente sepa que descansa ahí.

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No son los únicos que pueblan los cajeros. «Aí abaixo hai un, onte polo menos estaba. E nos caixeiros da zona nova tamén hai», dice un empleado del servicio de limpieza que hace el turno de noche. Ahí están. Pero algunos tienen un sueño tan profundo que una llamada no es capaz de despertarlos. Tampoco dos, ni tres…

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Un lugar más oculto

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Para los ojos de los que se acercan de madrugada hasta la dársena de Xoán XIII, los habitantes accidentales de este lugar ya solo son unos bultos cubiertos con mantas. Hay que fijarse bien para descubrir que bajo esos fajos de ropa duerme alguien. Y de esa forma, buscando, se halla una luz.

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Procede del teléfono móvil de Eduardo. Todavía está despierto. Es extraño. Dice que hoy se quedó en vigilia un rato porque «quedei xogando un pouco». Su vecino tampoco duerme. Lo intenta. Lo despierta la charla. Eduardo, nombre prestado porque quiere mantener el anonimato, no quiere aparecer en la imagen. «En calquer outro lugar non me importa que quitedes unha foto, pero aquí non. Agradézovolo, gracias. Confío en vós», dice. No cuenta por qué acabó ahí, pero habla en general de cómo es la vida para los que tienen su hogar en la dársena. «É algo moi normal. Érgueste pola mañá, vas almorzar algo, tratas de buscar un traballo, vas arranxar algún papel… Unha vida normal», explica.

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Es gallego y ahí convive con gente de todas partes. «Veñen de tódalas provincias, de Polonia, Rumanía…», cuenta. En esa pequeña Babel «cada un contarache unha historia distinta, aínda que no fondo todas son iguais». «Hai os que acabaron aquí por un desahucio, outros porque se lles acabou a paga que estaban cobrando… Hai os que están aquí momentaneamente, como é o meu caso, outros levan semanas, meses, pero tamén hai algún que leva anos», añade.

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Lo bueno es que en la dársena cada uno tiene su espacio. «Hai moito respecto, deixamos aquí as cousas durante o día, é como ter a túa habitación. Aquí temos o cuarto», explica. La diferencia es que ahí no hay paredes, todo es una ventana. Y está totalmente abierta. Todo el día y toda la noche.

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