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12 Feb

La mujer que cuidó de 180 hijosA muller que coidou de 180 fillos

Gloria Iglesias, azafata de Iberia, abrió hace 15 años una casa para rehabilitar toxicómanos

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Natalia Junquera/ El PAÍS

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Gloria Iglesias, de 60 años, cuenta que ha tenido 180 hijos. No los parió ella, pero cuando 10 de ellos murieron los lloró como una madre. Les dio tantas oportunidades como solo son capaces de dar las personas de la misma sangre. E incluso algunas más, porque para cuando muchos de esos 180 hombres, la mayoría toxicómanos, entraron en su vida, la droga, las mentiras, y a veces también la vergüenza, habían roto todos sus lazos familiares. “Esta es mi familia”, asegura esta mujer menuda, exazafata de tierra para Iberia, en la casa de acogida que fundó en Madrid hace 15 años, Proyecto Gloria. “Soy la madre de todo el que entra por la puerta”. Dos intentaron matarla. Los siete con los que se ha despertado este jueves, y muchos de los que ya se han ido de la casa, darían hoy su vida por ella.

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Gloria llevaba un año separada de su marido cuando creó una ONG que era ella misma. A mucha gente le costó entenderlo. Su propia madre le decía: “Con la vida que puedes tener…” Perdió muchas amistades. Los que pensaron que se había vuelto loca por irse a vivir con enfermos de sida; por meter en su casa a esas personas que a otros les hacen cambiar de acera. “Decidí hacer esto porque al bajarme en la estación, de vuelta del tren de Lourdes, vi que muchos dormían esa misma noche en un cartón. No eran niños, ni ancianos, a los que siempre alguien quiere ayudar. No tenían a nadie, iban a morir solos. Monté esta casa para que tuvieran un techo y se sintieran personas dignas. He sufrido mucho, pero lo volvería a hacer porque soy muy creyente y me gusta pensar que cuando me vaya al otro mundo llevaré la maleta llena. He aprendido mucho con ellos. De paciencia, tolerancia, de la gente, de la vida…”.

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Con la franqueza de un espejo, los rostros de esos 180 hombres a lo largo de tres lustros muestran cómo ha ido cambiando el perfil de la exclusión social en España. Durante muchos años Gloria acogió a esos fantasmas que poblaban Las Barranquillas, el que fue el gran hipermercado de la droga de Madrid, y que un día llamaban a su puerta asustados después de ver morir a un amigo; a hombres que habían crecido en sitios donde veían más droga que juguetes, donde habían sufrido maltratos o abusos sexuales. Al principio, sus compañeros de piso venían de barrios marginales, de lugares en los que nadie había pisado ni pisaría jamás la T-4 del aeropuerto de Barajas en la que Gloria trabajaba cada día.

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Luego empezaron a llegar “hijos de familias bien”. Chavales que se fundían sus primeros sueldos en drogas de diseño y coca. A Gloria aún le duele que después de cuidar durante meses a un chico con sida que recogió en la calle sus padres no le dejaran despedirse de él antes de morir. “Les daba vergüenza que el resto de la familia supiera que había estado en una casa de acogida”, recuerda. “Me prohibieron ir al hospital primero, y al entierro después”.

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Por su casa también ha pasado un militar que estuvo en Afganistán, un médico extranjero que se quedó en la calle… “Esto empezó siendo una casa para drogodependientes, pero se ha convertido en una casa para gente sin techo. Para gente normal que pierde el trabajo y luego la casa y luego la familia… Ahora tengo a un ingeniero de 63 años, Joaquín. Le echaron con la crisis, le desahuciaron y no tenía a dónde ir”.

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Gloria Iglesias, con algunos de sus actuales compañeros de piso en la casa de acogida que creó hace 15 años. / BERNARDO PÉREZ (EL PAÍS)

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Luis (nombre falso) no quiere salir en la foto que ilustra este reportaje. Fue uno de los primeros inquilinos de Proyecto Gloria. Estaba enganchado a todas las drogas. Se rehabilitó, rehizo su vida y se marchó. Pero años después ha tenido que volver porque con la crisis perdió un pequeño negocio que había montado con mucho esfuerzo. “No le ha dicho a su familia que vuelve a estar aquí. Le da vergüenza”, explica Gloria.

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Joaquín y Luis han sido de los últimos en llegar a la casa. La mayoría de compañeros de piso de Gloria llevan años con ella, pese a haberse rehabilitado. “Unos nos quedamos porque en la vida normal no nos sentimos fuertes. Aquí te sientes seguro porque todos los días se hacen controles de alcoholemia, dos veces por semana de drogas… y porque está ella. También porque muchos están enfermos después de la vida que han llevado”, explica Pedro, que lleva ocho años en la casa.

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Mantener su propia ONG le cuesta a Gloria casi 6.000 euros al mes, entre el alquiler de la casa, el sueldo del trabajador social, Rey, y el arrendamiento de los locales donde guardan muebles que recogen para restaurar y vender en un rastrillo. “He perdido muchísimo dinero con esto. No quiero ni pensarlo. La comunidad de Madrid nos daba una subvención, pero con la crisis se acabó y cayeron también las donaciones particulares. Con la crisis, además, todo el mundo se ha puesto a hacer rastrillos y esa competencia nos está matando”. Cajamadrid les regaló una furgoneta. Está llena de abolladuras porque siempre hay alguien cabreado que al ver el logo del banco, les tira una piedra.

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Preguntados por dónde se ven dentro de 10 años, la mayoría de los inquilinos de Gloria responden: “Aquí”. Y cuando se les pregunta dónde creen que estarían ahora si ella no se hubiese cruzado en sus vidas, todos contestan lo mismo: “Muerto o en la cárcel”.

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Antonio tiene claro que le debe la vida a esta azafata de Iberia. Se lo llevaron a casa desde un albergue para que no muriera solo. Le dijeron que le quedaba una semana de vida. Tenía sida, tuberculosis, pesaba 40 kilos y aún no había cumplido los 35. Pero Gloria se empeñó en sacarlo adelante. Y Antonio, que se había quedado huérfano con cinco años, por no decepcionar a aquella mujer que insistía tanto en que viviera, vivió.

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La gratitud se convirtió en esta casa en la más potente herramienta de rehabilitación. Estaban tan desconcertados y agradecidos con aquella desconocida que se había hipotecado hasta las cejas —la segunda casa en la que vivieron la pagó ella con cinco avales de compañeros y amigos— para darles una oportunidad que hicieron lo posible por no defraudarla.

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Por no defraudarla, Antonio, que había estado en casi todas las cárceles de España por robar coches, aceptó el trabajo que Gloria le consiguió como vigilante nocturno en un parking. “Cuando entré en aquel garaje y ví el tablero lleno de llaves de BMW, de Mercedes… salí corriendo detrás de Gloria. ‘No puedo trabajar aquí. ¡Es una tentación!’ Y ella me dijo: ‘Yo confío en ti’. Era la primera persona en mi vida que me decía eso”. Antonio sigue trabajando allí. Tiene un contrato indefinido.

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Y por no defraudarla se sacó el graduado escolar. Apenas sabía leer y escribir. Cuando empezó a estudiar, Antonio, portugués, llamaba “las balnearias” a las baleares. Gloria movilizó a compañeros de Iberia para que le dieran clases. En tres meses, aprobó el examen. “Cuando me dieron el diploma…Eso fue la hostia”.

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Fede se bebía “hasta el agua de los floreros”. Lleva 12 años sin tocar el alcohol. Pi empezó a consumir heroína a los 16. Su hermano murió de sobredosis. “No tuve juventud, pero ahora tengo muchas ilusiones. Quiero hacer las cosas que me he perdido”. Carlos dejó la casa en diciembre para casarse con la chica con la que había rehecho su vida después de limpiarse. Gloria fue la madrina de la boda.

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Al principio, tenían recaídas. A Gloria le ha tocado ir a buscarles a las tres de la mañana a las Barranquillas más de una vez. En estos 15 años, le han dado varias anginas de pecho, y aunque en alguna ocasión ha pensado en tirar la toalla, nunca se ha rendido. Sus 180 hijos la han hecho sufrir mucho. Pero también le llevaron una vez a la tuna para que le cantara y la presentaron por sorpresa al premio de voluntaria del año con una carta que entre otras cosas, decía: “Pero ella sigue estrujándonos, aún sabiendo que somos piedras…”. Y lo ganó.

Gloria Igrexas, azafata de Iberia, abriu hai 15 anos unha casa para rehabilitar toxicómanos

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 NATALIA JUNQUERA/ EL PAÍS

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Gloria Igrexas, de 60 anos, conta que tivo 180 fillos. Non os pariu ela, pero cando 10 deles morreron chorounos como unha nai. Deulles tantas oportunidades como só son capaces de dar as persoas da mesma sangue. E mesmo algunhas máis, porque para cando moitos deses 180 homes, a maioría toxicómanos, entraron na súa vida, a droga, as mentiras, e ás veces tamén a vergoña, romperan todos os seus lazos familiares. «Esta é a miña familia», asegura esta muller miúda, exazafata de terra para Iberia, na casa de acollida que fundou en Madrid hai 15 anos, Proxecto Gloria. «Son a nai de todo o que entra pola porta». Dous tentaron matala. Os sete cos que se espertou este xoves, e moitos dos que xa se foron casa, darían hoxe a súa vida por ela.

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Gloria levaba un ano separada do seu marido cando creou unha ONG que era ela mesma. A moita xente custoulle entendelo. A súa propia nai dicíalle: «Coa vida que podes ter…?»Perdeu moitas amizades. Os que pensaron que se volveu tola por irse  vivir con enfermos de sida; por meter na súa casa a esas persoas que a outros lles fan cambiar de beirarrúa. «Decidín facer isto porque ao baixarme na estación, de volta do tren de Lourdes, vin que moitos durmían esa mesma noite nun cartón. Non eran nenos, nin anciáns, aos que sempre alguén quere axudar. Non tiñan a ninguén, ían morrer sós. Montei esta casa para que tivesen un teito e se sentiran persoas dignas. Sufrín moito, pero volveríao facer porque son moi crente e gústame pensar que cando me vaia ao outro mundo levarei a maleta chea. Aprendín moito con eles. De paciencia, tolerancia, da xente, da vida…».

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Coa franqueza dun espello, os rostros deses 180 homes ao longo de tres lustros mostran como foi cambiando o perfil da exclusión social en España. Durante moitos anos Gloria acolleu a esas pantasmas que poboaban As Barranquillas, o que foi o gran hipermercado da droga de Madrid, e que un día chamaban á súa porta asustados despois de ver morrer a un amigo; a homes que creceran en sitios onde vían máis droga que xoguetes, onde sufriran malos tratos ou abusos sexuais. Ao principio, os seus compañeiros de piso viñan de barrios marxinais, de lugares nos que ninguén pisara nin pisaría xamais a T-4 do aeroporto de Barallas na que Gloria traballaba cada día.

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Logo empezaron a chegar «fillos de familias ben». Rapaces que se fundían os seus primeiros soldos en drogas de deseño e coca. A Gloria aínda lle doe que despois de coidar durante meses a un mozo con sida que recolleu na rúa os seus pais non lle deixasen despedirse del antes de morrer. «Dáballes vergoña que o resto da familia soubese que estivera nunha casa de acollida», lembra. «Prohibíronme ir ao hospital primeiro, e ao enterro despois».

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Pola súa casa tamén pasou un militar que estivo en Afganistán, un médico estranxeiro que quedou na rúa… «Isto empezou sendo unha casa para drogodependentes, pero converteuse nunha casa para xente sen teito. Para xente normal que perde o traballo e logo a casa e logo a familia… Agora teño a un enxeñeiro de 63 anos, Joaquín. Botárono coa crise, desahuciarono e non tiña onde ir».

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Gloria Igrexas, con algúns dos seus actuais compañeiros de piso na casa de acollida que creou hai 15 anos. / BERNARDO PÉREZ (EL PAÍS)

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Luís (nome falso) non quere saír na foto que ilustra esta reportaxe. Foi un dos primeiros inquilinos de Proxecto Gloria. Estaba enganchado a todas as drogas. Rehabilitouse, refixo a súa vida e marchou. Pero anos despois tivo que volver porque coa crise perdeu un pequeno negocio que montara con moito esforzo. «Non lle dixo á súa familia que volve estar aquí. Dálle vergoña», explica Gloria.

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Joaquín e Luís foron dos últimos en chegar á casa. A maioría de compañeiros de piso de Gloria levan anos con ela, a pesar de rehabilitarse. «Uns quedámonos porque na vida normal non nos sentimos fortes. Aquí senteste seguro porque tódolos días se fan controis de alcoholemia, dúas veces por semana de drogas… e porque está ela. Tamén porque moitos están enfermos despois da vida que levaron», explica Pedro, que leva oito anos na casa.

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Manter a súa propia ONG cústalle a Gloria case 6.000 euros ao mes, entre o aluguer da casa, o soldo do traballador social, Rei, e o arrendamento dos locais onde gardan mobles que recollen para restaurar e vender nun anciño. «Perdín moitísimo diñeiro con isto. Non quero nin pensalo. A comunidade de Madrid dábanos unha subvención, pero coa crise acabouse e caeron tamén as doazóns particulares. Coa crise, ademais, todo o mundo se puxo a facer anciños e esa competencia está a matarnos». Cajamadrid regaloulles unha furgoneta. Está chea de abolladuras porque sempre hai alguén encabuxado que ao ver o logo do banco, tíralles unha pedra.

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Preguntados por onde se ven dentro de 10 anos, a maioría dos inquilinos de Gloria responden: «Aquí». E cando se lles pregunta onde cren que estarían agora se ela non se cruzase nas súas vidas, todos contestan o mesmo: «Morto ou no cárcere».

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Antonio ten claro que lle debe a vida a esta azafata de Iberia. Levárono a casa desde un albergue para que non morrese só. Dixéronlle que lle quedaba unha semana de vida. Tiña sida, tuberculose, pesaba 40 quilos e aínda non cumprira os 35. Pero Gloria empeñouse en sacalo adiante. E Antonio, que quedou orfo con cinco anos, por non decepcionar a aquela muller que insistía tanto en que vivise, viviu.

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A gratitude converteuse nesta casa na máis potente ferramenta de rehabilitación. Estaban tan desconcertados e agradecidos con aquela descoñecida que se hipotecou até as cellas «a segunda casa na que viviron pagouna ela con cinco avales de compañeiros e amigos» para darlles unha oportunidade que fixeron o posible por non defraudala.

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Por non defraudala, Antonio, que estivera en case tódalas cárceres de España por roubar coches, aceptou o traballo que Gloria lle conseguiu como vixiante nocturno nun parking. «Cando entrei naquel garaxe e vin o taboleiro cheo de chaves de BMW, de Mercedes… saín correndo detrás de Gloria. «Non podo traballar aquí. É unha tentación!» E ela díxome: «Eu confío en ti». Era a primeira persoa na miña vida que me dicía iso». Antonio segue traballando alí. Ten un contrato indefinido.

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E por non defraudala sacou o graduado escolar. Apenas sabía ler e escribir. Cando empezou a estudar, Antonio, portugués, chamaba «as balnearias» ás baleares. Gloria mobilizou a compañeiros de Iberia para que lle desen clases. En tres meses, aprobou o exame. «Cando me deron o diploma…Iso foi a hostia».

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Fede bebía «até a auga dos floreiros». Leva 12 anos sen tocar o alcol. Pi empezou a consumir heroína aos 16. O seu irmán morreu de sobredose. «Non tiven mocidade, pero agora teño moitas ilusións. Quero facer as cousas que me perdín». Carlos deixou a casa en decembro para casar coa moza coa que refixera a súa vida despois de limparse. Gloria foi a madriña da voda.

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Ao principio, tiñan recaídas. A Gloria tocoulle ir buscarlos as tres da mañá ás Barranquillas máis dunha vez. Nestes 15 anos, déronlle varias anxinas de peito, e aínda que nalgunha ocasión pensou en tirar a toalla, nunca se rendeu. Os seus 180 fillos fixérona sufrir moito. Pero tamén lle levaron unha vez á tuna para que lle cantase e presentárona por sorpresa ao premio de voluntaria do ano cunha carta que entre outras cousas, dicía: «Pero ela segue estruxándonos, aínda sabendo que somos pedras…» E gañouno.