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29 Nov

TESTIGOS DE LA GRATUIDAD DE DIOSTESTIGOS DE LA GRATUIDAD DE DIOS

Con motivo de la entrega del Premio Fernández- Latorre a las Cáritas  de Galicia, el arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio Barrio , pronunció el siguiente discurso:

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“Quiero agradecer cordialmente a los miembros de la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre la concesión del premio de la fundación a Cáritas en Galicia. Normalmente la concesión de un premio trata de reconocer los méritos de la persona o de la Institución a la que se le concede. Humildemente creo que este es el caso, pero estoy seguro de que Cáritas más que recrearse en este reconocimiento, se ayudará de él como una motivación más para llegar a nuevas metas en su compromiso.

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«Quien cierra el oído al clamor del necesitado, no será escuchado cuando grite» (Prov 21,13). La historia de la Iglesia se significa a través de la historia por su dimensión caritativa y sobre esta base se podrán entender mejor otros aspectos de esta historia, colocando las cosas en la perspectiva de la verdad y no considerándolas solamente desde el punto de vista de la factibilidad material y del éxito, sino desde la normatividad del amor al prójimo que se orienta por la voluntad de Dios y no solo por nuestros deseos. «La Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo» (Lumen gentium, n. 8). Este hizo del amor la ley fundamental para cuantos habrían de ser sus discípulos y seguidores: un amor que inspire y trascienda las exigencias de la justicia, y abra el corazón a la solidaridad del compartir bienes espirituales, económicos, y culturales, anunciando ya desde ahora la comunión definitiva de toda la familia humana en el Reino de Dios. Ciertamente no es fácil entretejer los rasgos prosaicos y líricos de una historia así. Pero lo lírico es la caridad, que es la que da calor a lo prosaico y convierte el tiempo en eternidad.

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«Nuestro frondoso árbol católico no nos parece hermoso sino porque es realmente vivo, y porque, pese a tantas ramas muertas, desborda de jugo y la sangre de Cristo continúa circulando en él desde las raíces hasta las ramificaciones más tiernas y hasta la última hoja.

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El catolicismo sin Cristo sería una concha vacía curiosamente labrada. Aun cuando una brusca marejada destruyera los templos y los claustros, los palacios y las obras, en realidad nadaestaría destruido, puesto que subsistirá siempre el Cordero de Dios» . No son pocos los esfuerzos que se están haciendo «para

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rebajar el hecho cristiano, para borrar los contornos bajo las finas vendas entrecruzadas de la erudición y de la duda».

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La caridad, instrumento para la nueva evangelización, no significa replegamiento de la Iglesia en posturas espiritualistas o desencarnadas, sino que busca la conversión del corazón y con ello la transformación de la vida personal y, a partir de ella, la transformación de la vida real según las exigencias del Evangelio, con especial atención de los pobres y de los más débiles. La Iglesia tiene la misión de testimoniar el amor de Cristo hacia los hombres, un amor dispuesto al sacrificio.

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En el mundo globalizado, «la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica». El filósofo Charles Taylor, en su libro La edad secular, habla de tres modos de entender el concepto de secularización, que podríamos definir como político, sociológico y existencial. El primero se refiere a la separación entre el Estado y la Iglesia, que hoy se manifiesta en la exclusión de Dios del espacio público. La secularización de tipo sociológico se focaliza en los datos estadísticos sobre la creencia y la práctica religiosa, que ha disminuido en modo significativo.

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El tercer tipo podríamos denominar «existencial» y se refiere a las condiciones en que se encuadra la experiencia de fe y la búsqueda de sentido. De este planteamiento derivan el humanismo inmanente, el mecanicismo científico, el señuelo de la felicidad a través del consumo programado, la religión como experiencia privada, una antropología negativa argumentando que «el hombre es un lobo para el hombre» y, finalmente, una profunda desconfianza en el ser humano, que estaría siempre movido por el afán individualista y de autoconservación. Estamos viendo que no es así. En cualquier caso, el ser humano no es fin, sino medio, alguien potencialmente peligroso que es necesario reconducir para que no impida el progreso de la sociedad, excluyendo del campo económico la posibilidad de relaciones gratuitas y fraternas.

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La respuesta es la gratuidad. La gratuidad y el don, basados en la verdad antropológica, son imprescindibles para avanzar hacia «el desarrollo de todo hombre y de todos los hombres». Ante el relativismo imperante, «la adhesión a los valores del cristianismo no es solo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano e integral». El ser humano, creado a imagen de Dios, «no encuentra su plena realización mientras no supera la lógica de la necesidad para proyectarse en la de la gratuidad y del don» (CDSI 391). Crecerá en la libertad a medida que eduque su voluntad al amor.

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La persona que ama es libre. En la concepción antropológica cristiana, la libertad y la gratuidad van siempre unidas. Sin libertad no hay gratuidad y viceversa.

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No cabe duda de la centralidad del testimonio de la caridad para la Iglesia de nuestro tiempo. A través de dicho testimonio, hecho visible en la vida cristiana de sus miembros, la Iglesia llega a millones de hombres y mujeres, haciendo posible que reconozcan y perciban el amor de Dios, que es siempre cercano a toda persona necesitada. Por esto la «caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia» pues, en relación con el amor, impulsa

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todas las actitudes humanas propuestas como principios concretados en la doctrina social.

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Atravesamos una crisis no solo económica, sino sobre todo, a mi modo de ver, antropológica y espiritual. Muchos sufren directamente las consecuencias de esta crisis, especialmente el paro y la ausencia de perspectivas y de esperanza. La Iglesia permanece atenta a estos sufrimientos y preocupaciones con un mensaje de confianza y de esperanza.

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No arco da vida cristiá a palabra clave é amor. O ministerio da caridade é o oído e o ollo da Igrexa. O amor aos pobres é evanxeo que acolle, abraza e libera. A Igrexa ten que  ser samaritana e «ben pode afirmarse que o ser e o actuar da Igrexa se xoga no mundo da pobreza e a dor, da marxinación e a opresión, da debilidade e o sufrimento».

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Os elementos que constitúen a esencia da caridade cristiá e eclesial son:

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a) A resposta a unha necesidade inmediata nunha determinada situación.

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b) A actividade caritativa cristiá ha de ser independente de partidos e ideoloxías. Non é un medio para transformar o mundo de xeito ideolóxico e non está ao servizo de estratexias mundanas, senón que é a actualización aquí e agora do amor que o home sempre necesita.

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c) Ademais, a caridade non ha de ser un medio en función do que hoxe se considera proselitismo. O amor é gratuíto; non se practica para obter outros obxectivos.

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Neste sentido, os responsables da acción caritativa da Igrexa han de estar moi atentos á súa forma de proceder, sabendo «que o verdadeiro suxeito das diversas organizacións católicas que desempeñan un servizo de caridade é a Igrexa mesma, e iso a todos os niveis, empezando polas parroquias, a través das Igrexas particulares, ata chegar á Igrexa universal.

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»A grandeza da humanidade está determinada esencialmente pola súa relación co sufrimento e co que sufre. Isto é válido tanto para o individuo como para a sociedade. Unha sociedade que non logra aceptar aos que sofren e non é capaz de contribuír mediante a compaixón a que o sufrimento sexa compartido e soportado tamén interiormente, é unha sociedade cruel e inhumana». O sétimo día do relato da Xénese nos recorda que o home non foi creado para producir, senón para o diálogo gozoso co seu Creador. É un día sen atardecer nin amencer, un día sen final, pleno, proxectado cara o futuro. Non invita á ociosidade, senón á plenitude, á perfecta alegría, a recuperar o sentido lúdico e a dimensión relacional da existencia”.

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